
LA SONRISA DEL PAYASO
Relato desde la perspectiva de un niño, que desea conocer el circo

Era el último día de clases, todo el curso estaba re contento y ansioso por comenzar las vacaciones. Yo un poco si y un poco no. Porque me divertía con mis amigos en la escuela e iba a extrañar eso. Salimos con Antonia, mi mejor amiga, mientras ella me contaba que iba a pasar el verano en casa de sus abuelos. En ese momento fue que pasó: grandes carretas deslizándose por la calle, mientras varias personas de trajes brillosos y sonrientes, repartían papelitos. Entre mochilas y festejos de fin de curso, se coló la propagando del circo. Prometían diversión extrema y un gran espectáculo. Todos hablaban de los payasos y los buenos que eran.
Parece que el circo era muy famoso, de esos que salen en la tele. Pero la mía estaba rota hace rato y sólo servía para apoyar el florero. Así que mucho no me enteraba de esas cosas. Pero acá tenía que ir, estaba convencido de eso. Mi mamá siempre estaba ocupada, no iba a poder. Éramos muchos hermanos y ella trabajaba un montonazo. No, no le iba a decir. Así que hablé con mi hermana, la segunda más grande, la Julia. Ella nos tenía mucha paciencia y siempre nos ayudaba a todos. Tobi y yo éramos bravos, nos portábamos re mal. Pero la Juli siempre nos defendía. Hicimos un trato: si le ayudaba a vender las empanadas, podíamos llegar a comprar 2 entradas (tal vez) para la última función de la temporada. Si nos alcanzaba la plata, Tobi iría también. No le dije nada al Tobi, y me costó. Pero es feo que te digan que vas a hacer algo y después no pase. Me pasó con la tía Angélica. Se hizo una pileta enorme en la casa y me dijo: "Algún día te voy a invitar". Pero ese día nunca llegó, cada vez que la veía estaba muy ilusionado, hasta que finalmente me di cuenta que no iba a pasar. La ilusión tardó en irse pero finalmente se apagó ¿Y si no llegábamos con la plata? No, yo no iba a hacerle eso al Tobi.
La alarma sonó a las 6 y ahí estaba yo en la cocina. Preparé el mate, medí la harina, separé los huevos que íbamos a necesitar, el agua, el aceite y lo que recordaba del relleno cuando comía las empanadas de la Juli. Luego aceité una placa de horno. Cuando Julia se levantó, a la media hora, me sonrío, así lindo como ella lo hace, y sacudió mi pelo, dándome un beso y un abrazo. Comenzamos a formar la masa y armar los rellenos. Las empanadas de carne eran las que más se vendían, pero también hicimos de verdura y de choclo. Ya las teníamos listas para ponerlas en el horno . La Juli tomó la placa de horno y largó una carcajada, yo me reí también pero no entendí por qué. Me miró muy dulce y me aseguró que si quería hacer las empanadas fritas, las tendríamos que cobrar más caras. Distribuyó el aceite en las demás placas de horno y me enseño a desparramarlo con los dedos. Esa se convirtió en mi parte favorita. La Juli me tocó la nariz con su dedo con aceite y me dió un beso. Yo sentí que así, todo aceitado, ese beso duraría más.
Mientras las empanadas se cocinaban, tomábamos mate y charlábamos. Hace muchísimo calor en verano, así que prendimos el horno a lo último y salimos al patio. Mi hermana no es como los demás grandes, ella no me interrumpe cuando hablo y me escucha. Tenerla para mi solo era un lujo


Al mediodía salimos a la puerta de la fábrica, con una linda canasta y una mesa plegable. A la Juli y sus empanadas la conocían ya, yo era nuevo. Habíamos hecho bastante más cantidad y nos quedamos una hora, hasta que tocó el cambio de turno del hospital. Allí terminamos la venta. Menos mal que dejamos para almorzar en casa porque se vendió todo. Volvimos y pegadito salimos a comprar las cosas para el otro día. Se me ocurrió que podría hacer el relleno mientras la Juli iba a su trabajo de la tarde (cuidaba a una nena del barrio) y así podríamos hacer más cantidad. Mi hermana estuvo de acuerdo y me dejó anotado cómo se hacen. Con la recomendación que "no me apure", que "hasta donde llegue estaba bien". Así que antes de que mi mamá se pusiera a hacer la cena, empecé con los rellenos.
De a poco nos organizamos cada vez mejor. Al principio me costó, pero logré tener listos todos los rellenos a la noche, para que en la mañana sólo tengamos que hacer la masa y armar las empanadas. Así la Juli podía descansar más también. Ella me decía que cada vez me estaban quedando más ricos. El domingo era el mejor día, no había venta, pero pasábamos casi todos los domingos pensando como mejorar la producción, probando nuevas recetas de rellenos y jugando. Jugábamos un montón. Los mejores juegos se me ocurrían con la Juli. Después yo intentaba repetirlos con los chicos del barrio, pero no era lo mismo. No se por qué. Y así el verano se hizo corto, entre empanadas, mates, juegos y charlas.
El día tan esperado llegó. Cuando la Julia me mostró los 3 papelitos, no me entraba la alegría en el cuerpo. Y cuando leí fila 2 en la entrada, casi me desmayo de la emoción ¡Adelante de todo! ¡No lo podía creer! ¡Y con el Tobi!. Era el mejor día de mi vida. Esta vez, cuando mis compañeros del cole se pusieran a hablar sobre el circo y los payasos, iba a poder decir algo yo también. Estaba super re contento. Cuando le conté al Tobi, al principio no me creyó. Pero después sonrió escondiendo los ojos, como lo hace cuando se pone muy contento y prometió que se iba a portar más que bien. Así que nos bañamos, le presté mi perfume, y nos pusimos los zapatos de cumpleaños. Mi mamá nos preparó unos sanguchitos y salimos super sonrientes y cargados de energía.
Cuando llegamos y nos sentamos en la segunda fila, me sentí como el presidente. Tenía al Tobi al lado que miraba todo y a la Juli del otro. Jugamos al veo veo un rato para pasar el tiempo, hasta que comenzó la función. Las luces se apagaron, mi ansiedad por los payasos me inquietaba un poco, pero trataba de controlarme para que la Juli no se arrepienta de haber ido con nosotros. El Tobi también tenía instrucciones de portarse más que bien, ultraquieto y sin quejas. Vimos al hombre superfuerte levantar cosas muy pesadas como si fueran plumas. Un mago sacaba objetos graciosos de las orejas de las personas. Yo revisé las mías varias veces, pero no había nada. El Tobi me dijo que era porque me las había limpiado antes de salir, me parece que tenía razón. El show de los acróbatas fue espectacular. Volaban por los aires, parecía que se iban a golpear feo y ¡no! Seguían saltando y se levantaban como si nada. Un grupo de acróbatas hizo unas piruetas en moto dentro de una esfera de metal. La Juli nos quiso tapar los ojos, pero le prometimos que no lo íbamos a hacer en casa con la moto del Hugo, nuestro hermano mayor; entonces nos dejó ver. Fue asombroso. Parecía que se iban a hacer pomada y ni se rozaban.
La música cambió de golpe y se puso graciosa: entonces supe que seguían los payasos. Me subí a la silla, pero la Juli me alzó para que pudiera ver mejor. Tenía el escenario ahí nomás, estaba tan contento. El primer payaso, petiso, caminó de una manera muy graciosa hacia el medio y se cayó. Salió otro del costado, mirando para otro lado; no lo vió y cayó sobre el petiso. Todos rieron. Luego, el tercer payaso salió al ladito mío y me miró justo. Su cara perfectamente marcada, dibujaba una sonrisa roja de pintura; pero abajo se podía ver la boca real con una expresión triste. Y los ojos cansados, como caídos. Duró un segundo o menos, después el tercer payaso se unió al resto. Mi ansiedad se disipó de inmediato. Luego de unos minutos, el show terminó.
El Tobi estaba super movedizo y repetía que él iba a ir a la Universidad de los Acróbatas a que le enseñen a volar por el aire. Yo estaba más callado y tranquilo. La Juli se dió cuenta. Mientras caminábamos de regreso, quiso saber si me había pasado algo, si me dolía algo. No quería decirle la vedad porque me daba cosa, pero yo nunca le mentí a la Juli, así que me sinceré. Le dije que los payasos no me hacían reír, que me había divertido más con ella en el verano que viéndolos esa noche. Que su sonrisa si era alegre. También le pedí seguir con las empanadas, pero empezó a llorar así que me callé. No pensé que la iba a poner triste. Sin embargo, se detuvo y me abrazó fuerte. Luego seguimos a casa. Aún no sé que hice para que llorara, porque me dejó seguir con las empanadas.
Alass, de Libre el Lápiz
FIN

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