UN VIAJE A NILCEN (Primera Parte)

Viki intenta encontrar su lugar en el mundo. Veamos si lo consigue

Texto e ilustración de Alass, de Libre El Lápiz

2/14/20237 min read

La inercia de la disminución de la velocidad la despertó. Sólo podía ser una cosa; había comprado un buen boleto, sin paradas intermedias a su destino. La estación del tren asomaba adelante y el cartel al costado del camino se lo confirmaban: Bienvenidos a Nilcen. Enseguida sintió la suave brisa pintada con aroma a jazmines y se llenó los pulmones. Hacía mucho tiempo que se ilusionaba con encontrar "su lugar en el mundo". Inconscientemente había iniciado su búsqueda hace unos años luego de perder a su familia de manera trágica. Pero ya no quiso pensar en eso y comenzó a recordar detalles de su lugar de destino.

Nilcen era un pequeño pueblo de montaña que se dedicaba al cultivo y la cría de animales. Las mejores mermeladas eran su mayor patrimonio. Sin embargo, también era visitado por turistas, amantes de la naturaleza y el aire libre; por sus hermosos senderos tapizados con los mejores paisajes. Tenía una plaza principal que por supuesto se llamaba San Martín, alrededor de la cual se erguían la Oficina Municipal, la comisaría, el colegio, la iglesia y el dispensario. Contaba con pocos habitantes.

Antes de bajar del tren, Viki ya pudo ver el empedrado del andén al costado de las vías, y se alegró de viajar sólo con una mochila sin arrastrar ningún bolso ni valija. Una mujer vestida con chaqueta azul oscura, un perfecto sombrero a tono y un silbato colgado al cuello, anunciaba la llegada con una delicada voz y los 30 minutos que demoraría la nueva salida. Bajó los 3 escalones de metal y comenzó a caminar por el andén

A su izquierda, un cartel daba nuevamente la bienvenida y luego, en armoniosa hilera, se habían instalado 4 puestos de venta. El primero de artesanías en barro, el segundo de mermeladas y embutidos, el tercero de diversos tejidos y el cuarto de indumentaria. Todos eran iguales, un gacebo de madera pintada de blanco con una gruesa lona amarilla como techo, y una mesa central donde se podían ver los productos a la venta. Se sintió un poco observada pero siguió su camino. Atravesó el también suelo empedrado del salón principal de la estación, pasó la boletería donde le marcaron su pasaje y finalmente salió a la calle.

Se sorprendió al ver, en un gacebo igual a los del interior de la estación, que Nilcen tenía su propio diario. Levantó la cabeza para averiguar el valor, y pudo ver que no era una sensación; estaba siendo observada por cada persona que pasaba, seguido de algunos murmullos. El dueño del puesto de diarios notó su incomodidad:

-Espero nos disculpe. Acá somos pocos, nos conocemos todos. Estamos acostumbrados a recibir turismo, pero desde que se instaló el aeropuerto en la ciudad vecina, es muy raro que usen el tren para visitarnos. Espero que no le estemos dando una mala impresión.

-No.... eh... no. Puedo entenderlo- dijo Viki tomando el diario- ¿Qué precio tiene?

-Teniendo en cuenta que es la primera vez que nos visita y que a estas alturas debe estar ojeada, tómelo como una cortesía del pueblo- Los intentos de Viki de pagarlo de todas formas fueron en vano; así que decidió dar las gracias y seguir su camino diario en mano- No hay por qué señorita. Bienvenida a Nilcen-Sonrió y continuó caminando.

La estación del tren estaba ubicada a metros de la avenida principal, la única asfaltada del pueblo. Las calles internas eran de un cuidadoso ripio. Las casitas eran muy parecidas unas a otras, la mayoría estilo cabañas con techo a 2 aguas. Mayormente de troncos y tejas, aunque había algunas de cemento, le daban a Nilcen una imagen de cuento infantil. El terreno irregular, producto de las colinas y montañas que se extendían en el horizonte, enmarcaban esa idea. Los picos, algunos nevados y otros a la espera, le daban un toque más romántico. El otoño vestía las laderas y valles de hermosos colores naranjas, rojizos y marrones, como delicadas pinceladas del mejor cuadro. Era un lugar tranquilo, estaba en la zona más céntrica, pero podía escuchar las hojas de los árboles golpeándose con el viento y los cantos de los pájaros. Comenzó a caminar por la calle principal. Aún no sabía donde iba a pasar la noche, pero tenía tiempo de buscar mientras recorría. Los comercios seguían el estilo arquitectónico de las casitas, pero con un vidrio en lugar de ventana, que permitía ver los productos a la venta. Pudo ver que en la puerta de cada comercio y casa había una maceta con jazmines.

Su cuerpo comenzó a avisarle que era la hora del desayuno, y se hizo de un crepé de vegetales al paso. Se sentó en un banco y se dispuso a comer. La Plaza San Martín eran del tamaño de 4 manzanas. En un rincón se veían juegos infantiles de donde provenían las risas y corridas. Varios grupos de jóvenes sentados en el pasto, compartían música, mates o charlas; aún con sus uniformes escolares puestos. El césped estaba muy cuidado y había flores simétricamente plantadas, también jazmines. Se podía ver que había de varios tipos, que florecían con el frío y con el calor. De ahí el agradable aroma de la brisa. En el centro se ubicaba un monumento, una gran piedra hexaédrica de color gris encerrada entre rejas: A los caídos en Malvinas. Viki no entendió el sentido si es que lo tenía. Alrededor, estaban instaladas estructuras de caños de hierro que serían en algún momento puestos de feria. Probablemente en el atardecer.

Al terminar su comida, le pareció prudente iniciar la búsqueda del lugar para dormir. Caminó por una calle de ripio al sol. Las casitas mantenían la arquitectura como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, jazmines por doquier adornaban los jardines. La música de una guitarra la atrajo hacia una posada. La entrada era abierta, sin rejas. Se abría un camino perfectamente liso y blanco. A los lados, el césped dejaba ver algunas flores silvestres. Un cartel junto al camino anunciaba: Posada La Libélula. La música se escuchaba cada vez más cerca hasta que lo pudo distinguir: un hombre joven se encontraba parado al pie de un gran sauce, tocando talentosamente la guitarra, mientras un niño corría en una mezcla de juego y baile. La brisa parecía mover las ramas al ritmo de la música. Sonaba una canción muy familiar, estaba segura que era de Maria Elena Walsh pero no llegaba a distinguir cual podría ser, y continuó acercándose.

Los artistas se interrumpieron al ver aparecer a Viki. Dejaron rápidamente la guitarra y el baile, y fueron a su encuentro. El niño se adelantó, arrancó una flor silvestre celeste y se la dio a Viki, al tiempo que extendió su mano, palma arriba. Viki no lograba entender la intención y lo saludó con su mano también. El niño respondió el saludo y cuando terminaron, volvió a extender la mano de igual manera

-Está esperando que le de su equipaje- le advirtió el hombre joven de la guitarra- Pero parece que no tiene. Será en otra ocasión Peti- le dijo tiernamente al niño

Viki vió la desilusión en el niño y, acto seguido, se quitó el gorro y en una exagerada exclamación, se quejó de lo mucho que pesaba. Peti lo tomó delicadamente, lo sacudió y con suavidad lo colocó sobre sus manos. Seguidamente, se puso a caminar a su lado, muy atento, cuidando "el equipaje".

-Bienvenida a la Posada La libélula. Yo soy Tomás, el hijo de la dueña y reparador de casi todo. Ya conoció a Peti, nuestro botones

Se dirigieron al sector de recepción, mientras Tomás le informaba sobre las instalaciones y los servicios de la Posada. En cuestión de unos pocos minutos, Viki ya tenía un lugar para dormir y bañarse. Al apoyar su pie izquierdo sobre el primer escalón hacia el piso superior, sintió una fuerte puntada en la sien derecha. Luego fosfenos intensos y una discreta debilidad en las piernas que la hicieron tropezar, aunque sin perder la estabilidad

-Viki, ¿estás bien?- cuando los fosfenos cesaron y la puntada fue reemplazada por dolor de menor intensidad, Viki pudo abrir los ojos y distinguir el rostro preocupado de Tomás

-Si, estoy bien ahora. He tenido alguna vez dolores de cabeza, pero nunca tan intensos.

-Debe se por eso que llevás bajo el brazo- Viki tomó el diario y miró intrigada a Tomás- Es el super diario de Nilcen- explicó con evidente sarcasmo y revoleando los ojos- que lo sostiene económicamente el intendente. Podrás ver el conflicto de interés. Yo ya ni lo leo. Empezó como un lindo proyecto pero ya está todo manoseado.

Le resultó sumamente agradable conocer a alguien vinculado con la realidad de su lugar de residencia, y su alma de investigadora quiso saber más. Sin embargo, aún la cefalea le molestaba y necesitaba recostarse un momento. Le aseguró a Tomás que le gustaría seguir conversando, pero luego de descansar. La acompañó hasta su habitación y se despidió con una sonrisa. Minutos después, Peti tocó la puerta y le ofreció un té "de los que hacen descansar bien". Viki sintió el aroma a tilo y le agradeció.

Tuvo una breve pero intensa siesta, cargada de pesadillas. La devolvieron al cuarto de la ciudad, al aguantadero donde se metía cosas en el cuerpo con su amiga Romina. O La Cueva, como ella le decía. Esa habitación oscura, sin muebles y llena de colchones mugrientos. Sin embargo se despertó renovada. Se tocó los brazos donde ya sólo había pequeñas cicatrices: las huellas de su pasado. Mientras se cambiaba de ropa y dejaba su habitación, recordó a Romina y la última vez que la vió en La Cueva. Viki entendió que para ella era suficiente hasta ahí y quería tener una vida. Pero Romi no.

Continuará pronto.....

Alass, de Libre El Lápiz

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